¿Quién puede saber cómo va a jugarse un Superclásico, sobre todo cuando tiene más pinta de batalla por ver cuál de los dos es el más grande del Universo que de final de Copa Libertadores? Este match de ida y vuelta es un desafío para la salud pública. Hasta fin de mes, nadie que tenga su corazón en juego dormirá tranquilo.
La confianza en el Más Grande siempre está. Sin dudarlo me he embebido otra vez en la timba con los “primos”, y acordé sánguches y asados para ponerle más emoción todavía a la contienda. En la mayoría de los casos es con doble o nada a mi favor, gracias a las recientes medallas de “Napoleón” y sus soldados. Si el “Pity” sigue loco sumaremos un par de kilos rumbo al verano.
Al margen de los imponderables, ellos llegan mejor. ¿Por qué? Primero: no estará el líder, ese “Muñeco” que le diría qué decir al mejor ventrilocuo, el que puso la guardia alta y quedó afuera del ring. La mística de gallardiola es clave en los mano a mano. Segundo: faltará también el capitán, el DT con botines, Ponzio. Por su naturaleza leprosa, ni bien el “León” divisa un ser vestido de auriazul, infla la melena y se lanza a marcar su territorio: el mediocampo. Ahí les ganamos los últimos partidos.
Vamos a la guerra de las galaxias sin el Maestro Yoda ni Luke Skywalker. Puede jugar a nuestro favor. Las adversidades alimentan la sed de triunfo. Esa es la doctrina Gallardo: ninguno es mejor que todos juntos.
Así hay que jugar hoy. Y definirlo en el Monumental.